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Blog de Patxi

Control tres: Descubriendo el desierto.

Control tres: Descubriendo el desierto.

 

-¡¡¡Venga chicos!!! Que vais muy bien, Ahora os viene una etapa larga de quince kilómetros, grita un voluntario.

Bajo la carpa de Isostar hay tres corredores del primer grupo que intentan descansar bajo la sombra, sentados y con la mirada perdida. Pienso en ese momento que han pagado caro el ritmo que llevaban desde el principio.

Observo que los corredores toman unas pastillas que se sacan de sus riñoneras, bolsas y Kamelbags. No pregunto, que no se note que soy el novato del grupo. Eso nunca.

¡¡¡Dorsal 72, 54, 89 y 45!!! Este último es el mío. ¿Nos dan dos botellas de agua? bueno… no sé, creo que llenándome mi mochila con una botella tendré más que suficiente, llevar una botella en la mano durante tantos kilómetros sería un incordio. Así lo hago. Salimos a por la siguiente etapa y yo decido dejar esa segunda botella.

Vamos adelantando a corredores del primer grupo. Yo he perdido la cuenta de los que tenemos delante.

Del grupo de ocho solo quedamos tres; Xavi Marina, un Murciano llamado Oscar Latorre y yo. Seguimos corriendo. En medio de la nada. Atravesamos pistas de arena, prados de tierra tan secos que parece que corramos sobre patatas fritas.

Empiezo a hacer un cálculo de la distancia que llevamos; doce y pico en el primer control, doce y pico en el segundo control… pues unos veinticuatro kilómetros. ¿Para que pensaré en eso ahora? Lo mejor es que cuente los controles de paso, hay ocho más la meta, pues me quedan seis ¡¡¡uffff!!!

Me cuesta seguirles el ritmo, no por la velocidad, sino por que mis piernas empiezan a pesar. La zancada involuntariamente se va acortando y veo que me voy quedando poco a poco pero aun así me agarro a la fuerza de voluntad y sigo. Corremos, corremos y corremos…

Atravesamos una enorme extensión de terreno seco, con matojos y piedras siguiendo las señales que la organización nos deja cada doscientos metros más o menos, y empiezo a pensar que he cometido un gran error al no coger esa segunda botella de agua templada que me daban en el control.

De nada sirve lamentarse, solo rezar para que el siguiente avituallamiento llegue pronto y dosificar al máximo el agua que me queda.

Me voy quedando atrás y anuncio a mis compañeros de fatigas que me quedo solo y que a partir de ahora sigo un ritmo más lento. Me sorprende que no me animen para seguirles el paso, pero entiendo que cada uno tiene que dosificarse.

Observo como poco a poco la soledad se convierte en mi nueva compañera de viaje y decido fijarme en las marcas de orientación para no perderme. Un sorbito más.

Las piernas se relajan un poco, pero no desaparece el dolor. Un sorbito más. Llevo ocho o nueve kilómetros y me entretengo a ver el paisaje. Es espectacular por la orografía de los montes de roca moldeada a lo lejos con esas extrañas formas creadas por el viento. Un sorbito más y… se acabó, no hay más agua. Decido andar unos metros y miro hacía adelante y ya no veo ni a Xavi ni a Oscar. Vuelvo la cabeza y detrás mío no hay señales de ningún corredor. Estoy solo, sin agua y jodido. 

A lo lejos veo una subida y tres fotógrafos que me miran y se inclinan para echarme algunas fotos, paso por su lado, me animan, y alzo la cabeza para descubrir que el control cuatro ya esta a la vista. Estoy salvado.

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